miércoles, 24 de febrero de 2016
Nietzsche y la educación de la visión
Ya a finales del siglo XIX un Friedrich Nietzche apunta la necesidad de una educación de la visión. Las masificaciones urbanas, urbanizadas ya son un hecho. La pintura ha cambiado de paradigma con el impresionismo. Ha nacido también ya la fotografía. El paseo urbano es ya una experiencia óptica que impregna la obra de pensadores y artistas; también la ciencia se ve convulsionada.
Nietzsche no ve que la enseñanza en su país, Alemania, esté llevando el rumbo de fomentar la autorealización del individuo. Dedica, en 1888, un capítulo de su Crepúsculo de los ídolos a criticar el proceso de mediocridad y vulgaridad al que se ven abocados los alemanes, cargando contra la enseñanza que se da en las universidades. El capítulo se titula Lo que los alemanes están perdiendo.
Dicho sea de paso, ¿cómo calificar de precursor del nazismo a un autor que carga de esta manera contra sus paisanos contemporáneos, hasta desgarrarse en el aislamiento de la incompresión hacia sí mismo? A pesar de ciertos pasajes de su obra un tanto extremos, que han sido de fácil manipulación y tergiversación por la propaganda nazi (como se puede tergiversar cualquier cosa), nada está mas lejos de la visión de grupo, de la visión de masa propia del hitlerismo, en la que los individuos son corderos del pastor manipulador y rector, que la vida y obra de Nietzsche (su ética), que busca siempre el desarrollo de la individualidad, de lo propio y forjado por uno mismo, con toda la paciencia y rigor: a ello entregó su vida y eso es lo que nos transmitió, aunque queramos caricaturizarlo o atacarlo: sólo la envidia y los intereses más bajos a nivel político pueden mover a ello. Su sabiduría y su valentía se fueron con su caída para que otros la recojan, en algún lugar, como su propio tesoro: su visión aristocrática puede ser desvirtuada, caricaturizada, pero dudo mucho que algún día se encuentre una verdadera razón para ello: antes al contrario. Nietzsche estuvo fuera del pueblo, pero lo radiografió e hizo su diagnóstico, para que unos pocos, quizás, algún día, pudieran sacar una idea fértil para sí mismos. De hecho, con el tiempo, lo logró, hasta cierto punto, aunque eso no haya afectado el desarrollo de la civilización, desgraciada y obviamente.
Transcribimos a continuación los dos subcapítulos con los que concluye Nietzsche Lo que los alemanes están perdiendo (Crepúsculo de los ídolos, 1888). En ellos se trata de la educación del ojo (6) y del pensar (7).
(6)
-Para no apartarme de mi manera de ser, que dice sí y que sólo de manera indirecta, sólo contra su voluntad tiene que ver con la contradicción y la crítica, voy a señalar en seguida las tres tareas en razón de las cuales se tiene necesidad de educadores. Se ha de aprender a ver, se ha de aprender a pensar, se ha de aprender a hablar y escribir: la meta en estas tres cosas es una cultura aristocrática. -Aprender a ver - habituar el ojo a la calma, a la paciencia, a dejar-que-las-cosas-se-nos-acerquen; aprender a aplazar el juicio, a rodear y abarcar el caso particular desde todos los lados. Esta es la primera enseñanza preliminar para la espiritualidad: no reaccionar en seguida a un estímulo, sino controlar los instintos que ponen obstáculos, que aislan. Aprender a ver, tal como yo entiendo esto, es ya casi lo que el modo afilosófico de hablar denomina voluntad fuerte: lo esencial en esto es, precisamente, el poder no "querer", el poder diferir la decisión. Toda no-espiritualidad, toda vulgaridad descansa en la incapacidad de oponer resistencia a un estímulo - se tiene que reaccionar, se sigue todo impulso. En muchos casos ese tener que es ya enfermedad, decadencia, síntoma de agotamiento, - casi todo lo que la tosquedad afilosófica designa con el nombre de "vicio" es meramente esa incapacidad fisiológica de no reaccionar. Una aplicación práctica del haber-aprendido-a-ver: en cuanto discente en general se habrá llegado a ser lento, desconfiado, reacio. A lo extraño, a lo nuevo de toda especie se lo dejará acercarse con una calma hostil, -se retraerá de ello la mano. El tener abiertas todas las puertas, el servil tenderse-boca-abajo ante todo hecho pequeño, el estar siempre dispuesto a meterse, a lanzarse de un salto dentro de otros hombres y otras cosas, en suma, la famosa "objetividad" moderna es mal gusto, es algo no-aristocrático par excellence. -
(7)
Aprender a pensar: en nuestras escuelas no se tiene ya la menor noción de esto. Incluso en las Universidades, incluso entre los auténticos doctos de la filosofía comienza a caer en desuso la lógica como teoría, como práctica, como oficio. Léanse libros alemanes: ni el más lejano recuerdo ya de que para pensar se requiere una técnica, un plan de enseñanza, una voluntad de maestría, - que el pensar ha de ser aprendido como ha de ser aprendido el bailar, como una especie de baile... ¡Quién conoce ya por experiencia, entre alemanes, ese sutil estremecimiento que los pies ligeros en lo espiritual trasfunden a todos los músculos! - La tiesa torpeza del gesto espiritual, la mano tosca al agarrar - esto es alemán hasta tal grado que en el extranjero se lo confunde con el ser alemán en cuanto tal. El alemán no tiene dedos para percibir las nuances [matices] ... El mero hecho de que los alemanes hayan soportado a sus filósofos, sobretodo a aquel lisiado conceptual, el más deforme que ha existido, el gran Kant, proporciona una noción no escasa de la gracia alemana. - No se puede descontar, en efecto, de la educación aristocrática el bailar en todas sus formas, el saber bailar con los pies, con los conceptos, con las palabras; ¿he de decir todavía que también hay que saber bailar con la pluma, - que hay que aprender a escribir? - Pero en este punto me convertiría en un completo enigma para los lectores alemanes...
[Nietzsche, Friedrich.- Crepúsculo de los ídolos, págs. 82-84. Alianza ed. 1996]
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