martes, 23 de febrero de 2016

Observar, pensar, mutar (budismo y surrealismo)


La disconformidad sólo es resistencia si se transforma en el tiempo en serenidad. La mayor furia es el mutismo. (Mutar y mudo como confluencias etimológicas: en inglés, mute.) El silencio es el grito, el grito sólo su excrecencia. De ahí la sentencia: "el mayor desprecio es la indiferencia". Resistir es un silencio, una quietud. La palabra es una reacción, una respuesta. Como dice Maurice Blanchot, "la respuesta es la desgracia de la pregunta". Su caída, su estela, su degeneración. La pregunta es abierta, lo abierto es silencio, la estepa, horizonte. La respuesta es cerrada, lo cerrado es lenguaje, la prisión. Silencio es fuga, autogobierno; conciencia es Dios, es la gramática; encarcelamiento. Como dicen los budistas la realidad sólo es un velo de Maya, la ilusión que nos atrapa. Acállala, muta. Mutatis mutandis.
El budismo es una religión de lo surreal, y atea; los poderes, en su occidentalismo, haciendo proliferar los textos, lo consciente, hacen proliferar el instinto gregario. (En este sentido, Deleuze, en su teoría del cine, hablando sobre Syberberg, identifica información y denigración.) El fascismo actual es la expresión de este nuevo gregarismo tecnológico. En las conexiones entre surrealismo y budismo - obviamente, un nuevo budismo en consonancia a las realidades impuestas en Occidente - se da la única resistencia.
El pensamiento no es sucesión de discursos, como un periódico: pensar es la detonación de la correspondencia entre observación y mutación. Es un hiato, una grieta: aire, latidos - latidos humanos: humo.

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